La semana ha transcurrido como tantas otras, rápido y sin tiempo para pensar. Bien entrado el año es observable, y de cerca, el peligroso poder de atracción de la rutina. Lo imagino como una aspiradora que, sin preguntar, rompe con todo a su paso absorbiendo aquello que no está atado y anda suelto por nuestra cabeza.
Esto incluye todas las ideas, planes, pensamientos fugaces y tímidas reflexiones que se precipitan sobre nuestro imaginario sin que les echemos mano. Dejarlas pasar significa encontrarlas en el final del tubo de la Dyson.
En medio de esta vorágine, estos últimos días ha aparecido una actriz no invitada y, según me consta, no deseada por muchos conciudadanos: la lluvia.
Cuando la meteorología no acompaña se nota en los ánimos de la gente. Lo he notado. Supongo que debo decir que, aunque, como entusiasta que soy, quiera sacarle una dimensión constructiva y provechosa a lo que sucede a mi alrededor, no soy de hielo y me temo que la lluvia también hace mella en mí.
La lluvia elimina, en su justo medio, la espontaneidad. Sabéis lo que me muevo por este abstracto. Ante el casual encuentro que me reunió con varios amigos el viernes noche mientras paseaba con mi padre, le sigue la indecisión protagonizada por nuestro clan, refugiado sin destino ni rumbo, bajo unos soportales en la esquina de la calle Trafalgar.
Pensándolo más en profundidad, sí se me ocurren escenarios espontáneos provocados por la lluvia. Enuncio. Imagínate sorprendido por un repentino y fuerte aguacero en tu habitual paseo que te obliga a entrar en el primer establecimiento que, para sorpresa de nadie y por necesidades narrativas que hoy nos traen causa, resulta ser una coctelería asequible y llena de personajes dignos de análisis. Digamos que pierdes la noción del tiempo y olvidas la razón por la que entraste allí. Al salir, con el Sol del día siguiente, agradeces la lluvia que te hizo vivir tan memorable situación. Este guion ya esta explotado por Tarantino en Los Odiosos Ocho pero, en vez de con lluvia, con nieve.
La lluvia también invita a la reflexión. Entra sin llamar. Quizá se sienta más cómoda sin la espontaneidad presente y, en virtud de su ausencia, decida abrir paso también a la nostalgia y melancolía.
Ya hablamos en entregas anteriores del peligro que entrañan estos sentimientos por su belleza, deslealtad y poligamia. Aún así, hay quien las tiene como favoritas.
Pocas cosas despiertan tantas emociones como ver llover desde la ventana. Uno se da cuenta entonces que vive en un planeta vivo, que se expresa y cambia. Como diría mi Padrino, ya citado en este diario, un ser vívoro.
En el plano personal, la falta de Sol que anticipa el tiempo del Iphone debe ser empleada para cerrar proyectos y sacar adelante asuntos. Aprovechar la inusual pausa dada por los despejados cielos azules de nuestra ciudad para marcar la diferencia.
Tampoco quería dejar de comentar el divertido desfile de paraguas que se sucede por las calles. Bajo él, cada persona crea su pequeño oasis de sequedad abstrayéndose de la precipitación que golpea sus paraguas.
Seguirá lloviendo y lo hará sobre mojado.
-El Plano Picado-
También ha sido la semana del Arte Contemporáneo. Creo que casa bien con la lluvia. Durante el fin de semana, hice repetidos esfuerzos para ir a ARCO, tiré de contactos y, para mi sorpresa, no dieron frutos. Me conformé con ir el domingo a otra feria, de nombre Just Mad, hermana pequeña de ARCO. Comparto con vos una reflexión leída hace poco acerca de la tóxica relación que mantienen el Arte Contemporáneo y el vino. El vino no necesita de él, pero, muchas veces, el Arte Contemporáneo necesita de vino para lucir.
Poco quiero añadir a lo sucedido ayer en el Wanda. Soy merengue y no hacer alusión no sería sincero. Por un lado, en caso de perder, coqueteé con la idea de olvidarme del fútbol hasta el año que viene, pero no me dejaron. Confieso que, como es natural, respiré aliviado con el último penalti de Rüdiger.
Fan del Plano Picado
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