Son las 2.09 AM. Escribo en el comedor de un barco que cruza el Mediterráneo de noche. A mi alrededor, adolescentes aprovechan cada segundo que pasan juntos postergando el sueño indefinidamente, otros, entre los que me incluyo, tratan de conciliarlo incómodamente.
Insisto, muy incómodamente. Ahora, entre las cosas que me impiden dormir están: las luces, blancas y azules, por todos los lados, incluso bajo las sillas y mesas; las inocentes risitas de chavales que juegan desinteresadamente a las cartas esperando un momento de complicidad que se sienta diferente; la posición de mi espalda; la de mis piernas y el aire acondicionado, el puto aire acondicionado que hace parecer que despega un Airbus en cubierta. Antes de salir, advirtió mi padre que lo ponen para evitar los mareos, tenía razón. También escucho Telecinco de fondo y tengo a unos chavales al lado que se están montando su fortín a base de sillas e ingenio. No está siendo fácil claro está.
Desde las 2.09 brota también un ánimo creativo destructor de terminar este texto de la mejor y más rápida manera posible. No lo había a las 2.08 pero lo hay ahora.
El caso es que estoy embarcado en un Transmediterránea Barcelona-Menorca lleno de preuniversitarios. Dispone de camarotes pero no es mi estilo. Salimos de la Condal hacia las diez y no llegaremos hasta pasadas las siete.
Lo peor no es eso, sino que, mientras elijo cuidadosamente estas palabras no paran de sucederse pubers que me miran y juzgan por estar mal tumbao escribiendo en mi teléfono. ¿Acaso pensarán que puedo estar escribiendo sobre ellos? ¿O qué esto lo leerá alguien? Turbio. Realmente, estoy en una postura en la que no querría me viera nadie nunca. Apoyado en mi mochila y con las piernas dobladas, me retuerzo para hacer caber mi espalda en este infame espacio al que hoy llamo cama. Siguen pasando personas por delante. Hace apenas segundos acaba de pasar una chica por decimoséptima vez, mona e inocente, veo como la pobre lo pasa fatal al ver como se espatarra delante de ella una espalda de más de metro noventa. Esta vez no nos miramos, nos vamos entendiendo.
Otro tema son los olores. Una mélange de vape sabor arándano, pies, moqueta y desodorante AXE.
Durante el día hemos conducido desde Madrid parando en el desierto de Monegros (Aragón) para comer. Nos hemos salido en Sitges para llegar a BCN por la costa yendo por una carretera estrechísima y llena de curvas, donde por el mínimo error se acababa en el mar. También hemos paseado las casas buenas de Casteldefels, después de que su playa no convenciera, hasta toparnos por sorpresa con la de Messi. Hortera. Escupí.
Ya en Barna, hemos maldecido su absurdo tráfico. Paseé Sarriá y Pedralbes haciéndole fotos a las casas y traté de entrar sin éxito al Real Club Tenis Barcelona, donde se celebra el Godó. Volveré, con honores y mejor acompañado. El club, por fuera, precioso.
No faltó tampoco el paseo por el Born y el Raval donde quedas flipado con la ciudad que es Barcelona. Para bien y para mal. Verdes, parques, terrazas, rincones, opiniones, decadencia, suciedad e inmigración. Cenamos con un indio de Washington fichado por JP Morgan que decía tenía “no interest in hindu culture”. Luego fuimos al Port y metimos la BMW en el Transmed sin el mínimo control de seguridad.
Al inicio de la travesía me ha ayudado leer un libro que he traído conmigo. « La Insustentable Levedad del Ser » de Milan Kundera. La mía, es una edición en portugués pues me la lleve de la casa en la que viví en Río. Allí lo leí pero no lo acabé. Hoy, en medio del pifostio hormonal que narraba, he saboreado cada pagina de las primeras cincuenta. Sobre el amor y las relaciones, una agudísima reflexión sobre la condición humana lejos de ideologías y certezas prefabricadas.
La pinta de los púberes es uniforme. Me quería resistir a comentarla pero no paran de pasar y no puedo. Gorras bakala, pelos decoloridos, perillas, sandalias con calcetín, degradados, pendientes, diamantes, cadenas, camisetas del Barça, AirForce, pantalones cagaos, tatuajes y música en los altavoces. No escribo en contra pero lo escribo, no sé quiénes son los referentes de esta generación, me pillan lejos, pero, a primera vista, son todos la misma persona. Son modas y puntos de vista supongo, a mí me verán igual. No quiero sonar soberbio o resentido pero se les notan demasiado las RRSS. Ellos nacieron con ellas, yo en cambio las vi nacer. También hablan catalán, sin embargo, eso me gusta pues, además de sonar bien, me hace saber estoy fuera de mi zona de confort.
Hay gente de todo tipo también lo que pasa es que el número de éstos es abrumador.
Casi una semana en Menorca por delante. Lujo. Los días más largos del año. En la isla, seré el primero en ver el sol irse de España, ah, pero también en verle salir.
Satisfecho con la extensión y tono, creo la historia esta contada. Aunque con movimientos, continúo en la deleznable postura en la que empecé. No creo duerma nada ya, a ver si el libro. Son las 3.39.
Tras escribir esto, me armé de valor y coraje para ir al baño a lavarme los dientes. Logré dormir durante dos horas y hace apenas un rato he despertado, junto a todo el barco, en un amanecer mediterráneo de ensueño: el puerto natural de Mahón, el sol naranja y el mar como un plato. Esto último se escribe mientras desayuno al lado de unos viejos isleños menorquines a los que no entiendo. Celebro las diferencias de España.